El amor del alma es incondicional. No conoce de discriminación, ni prejuicios, ni segregaciones. Nuestra alma es amada por Dios incondicionalmente. Nosotros a su vez, podemos reflejar ese amor e irradiar amor incondicional a aquellos que nos encontremos.

Hay pocos ejemplos de amor incondicional en nuestras relaciones diarias. En los ejemplos de las relaciones amorosas más grandes del mundo, estas siempre parecen tener algunas condiciones. En el amor de los padres por un hijo, hay expectativas. El padre puede querer que el hijo se comporte de cierta manera. Cuando el niño crece y el padre o la madre envejece, es posible que haya expectativas de que el hijo cuide del padre o de la madre. Por lo tanto, el amor no es totalmente incondicional.

En el amor entre amantes y esposos, siempre hay alguna expectativa de que el amante nos hará felices. Queremos que el amante nos dé la satisfacción que buscamos. Si su comportamiento no satisface nuestras expectativas, podemos discutir y pelear y en algunos casos incluso terminar.

El alma ama incondicionalmente, porque Dios ama incondicionalmente. El alma y Dios son uno y el mismo. Si tocamos nuestra alma y miramos el mundo a través de sus ojos, no sólo podemos amar incondicionalmente, sino también sentir el amor incondicional de Dios por nosotros.

El sol no discrimina sobre qué flores brillar. Derrama su luz sobre todas por igual. Así, las rosas y violetas, los tulipanes y malezas reciben la misma luz. Así es con el amor de Dios. Brilla sobre todos nosotros. Brilla sin importar el color de nuestro cabello, piel u ojos. Cuando experimentamos el alma y comenzamos a identificarnos con ella, también podemos aumentar nuestro amor por toda la gente.

El mundo necesita amor incondicional. Así como deseamos ser amados incondicionalmente, así también podemos amar incondicionalmente a quienes nos rodean.

El verdadero amor significa amar a todos. Los santos y Maestros espirituales señalan que si realmente amamos a Dios, amaremos a todos los hijos de Dios.

Cuando nos conectamos con nuestra alma empoderada, nos hacemos los ciegos ante las diferencias externas. Todos pueden ser vistos como una familia de Dios y podemos aprender a canalizar el amor de nuestra alma dotada de poder a todos los que nos encontremos.