La Regla de Oro nos pide que tratemos a los demás de la misma manera en que nos gustaría ser tratados. Si pusiéramos en práctica la Regla de Oro, habría amor, armonía, paz y tranquilidad en el mundo. Desafortunadamente, aunque hemos oído hablar de la Regla de Oro desde la infancia, las palabras no han llegado a ser una parte integral de nuestras vidas. Aunque hemos sido entrenados para comprender las cualidades éticas de la bondad y el amor hacia los demás, nos hemos olvidado de ponerlas en práctica.

Al considerar el tipo de sistema moral y educativo que queremos para nuestros hijos, recordemos que además de instruir a los estudiantes en asuntos de ciencia, historia, geografía, matemáticas y lenguas, también es importante que les enseñemos los principios éticos de la no violencia, la veracidad, la compasión, la humildad y el servicio desinteresado, y que les ayudemos a desarrollar una correcta comprensión de quiénes son y cuál es su propósito en este mundo. Esto es así porque nuestras acciones provienen de nuestros pensamientos y comprensión. Entonces, ¿cuál es el correcto entendimiento que necesitamos tener y que nos hace falta para ayudar a nuestros hijos a desarrollarse?

Hemos olvidado quiénes somos en realidad

En este sentido, hay una interesante leyenda de los nativos americanos. Una vez, un hombre se fue a dar un paseo y vio un huevo de águila. Sabía que había un pajarito dentro del huevo, pero la madre se había ido y el hombre no pudo encontrarla. «Sin la madre, ¿cómo va a incubarse el huevo?», pensó para sí mismo. Pronto se encontró con una gallina sentada sobre sus propios huevos, manteniéndolos calientes. Cuando la gallina no estaba mirando, el hombre puso el huevo de águila en el nido de la gallina para que también se calentara y saliera del cascarón de manera correcta.

Un día, todos los huevos se incubaron y las crías salieron. El águila vivía con los polluelos y comenzó a comportarse como ellos. Comía como ellos, hacía sonidos y caminaba como ellos. A lo largo de los años, pasó toda su vida como si fuera un pollo. Muchos años después, cuando era mayor, observó un águila volar por el cielo. Subía volando, caía en picada y luego volvía a elevarse. Les preguntó a los otros pollos: «¿Qué clase de pájaro es ése?”

«Es un águila», le dijeron. «Es el rey de los pájaros”.

El águila que se creía una gallina dijo: «Ojalá yo fuera así».

Los otros le dijeron: «Ni se te ocurra. Eres una gallina. Siempre has sido y serás una gallina». Lamentablemente, el águila pasó el resto de su vida sin descubrir la verdad sobre quién era realmente.

La meditación nos conecta con nuestra alma y con el amor de Dios

Esta es también la condición humana. Viviendo al nivel de nuestros sentidos físicos, asumimos que somos el cuerpo y la mente. Sin embargo, hemos olvidado que más allá de nuestro cuerpo, mente y emociones, somos un espíritu o alma, una parte de Dios. El sistema actual de educación se enfoca en ayudar a mantener nuestro cuerpo en forma y desarrollar una mente sagaz.

Aprendemos sobre el mundo en el que vivimos a través de las asignaturas de historia, geografía y ciencias. También aprendemos las artes como la música, la poesía, la pintura, la escultura y la danza. El sistema escolar también nos ayuda a desarrollarnos emocionalmente para que podamos relacionarnos con los demás. A medida que nos vamos haciendo mayores, encontramos nuestro propio entorno y gravitamos hacia el área de aprendizaje que parece encajar con nosotros y esto forma la base del tipo de vida que tendremos a medida que maduramos. El tiempo pasa rápidamente mientras tanto nos enfocamos sólo en el desarrollo del cuerpo y la mente.

Grandes filósofos han dicho: «Conócete a ti mismo». Este mandato debería ser la primera cosa a la que nos dediquemos al entrar en este mundo. Nuestro objetivo principal debe ser descubrir quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida. ¿Somos una gallina o un águila que puede elevarse en el cielo como el rey de los pájaros?

No somos sólo nuestro cuerpo, mente y emociones. También somos alma o espíritu. Nuestro verdadero ser es consciente al nivel del alma y el alma está llena del amor y la Luz de Dios. Podemos experimentar nuestra alma y el amor de Dios a través de la meditación.

Lograr nuestro verdadero propósito a través de la meditación

Si nuestro sistema educativo fomentara que los niños meditaran, aprenderían a sentarse en silencio y a darse cuenta de quiénes son y cuál es su verdadero propósito. Cuando se dan cuenta de que son alma, una parte de Dios y que Dios está dentro de ellos, descubren que la misma alma o parte de Dios, también está en todos los demás de igual manera. Experimentan que, a nivel del alma, todos son uno y lo mismo. Cuando esta revelación se produce, practican la Regla de Oro en forma natural.

Los niños de nuestra generación abrirán el camino hacia un remanso de paz. A medida que encuentren paz para sí mismos a través de la meditación, la reflejarán positivamente en su entorno e inspirarán a otros a hacer lo mismo. Con el tiempo, se construirán puentes desde el momento actual hasta la posteridad futura para que nuestro mundo sea más pacífico, armonioso, tranquilo, amoroso y solidario. Eventualmente, todos los que viven en este planeta—ya sean seres humanos, animales, peces, pájaros o insectos—vivirán en paz, amor y armonía.